Llegar a la sala teatral con Bautista casi dormido y sus papas no fue tarea fácil, sin embargo,
él de 3 años 2 meses 16 días, se ubicó en un asiento de la primera fila. Yo intente sentarme más
alejada pero al comenzar la función desistí. Ya a su lado lo observe. El miraba al frente, hacia el
espacio teatral, con entusiasmo, con sorpresa, con “¿qué pasa aquí?”. No podía concentrarme en
la obra porque en unos minutos específicos de los primeros momentos del inicio de ABUELA
ELCIRA, Bauti cambio la expresión de su rostro y fue justo cuando a coro las actrices decían que
era la historia de 3 generaciones donde el rol de la abuela es un vínculo potente hacia muchos
mundos posibles, sobretodo en la vida de mi sobrino que no tiene sus abuelas cerca.
Por eso reía y se lo veía feliz.
A partir de allí frente al despliegue de los recursos poéticos y escénicos de la propuesta de
CHINGARAS TEATRO, Bautista no dejo de sorprenderse, ni de estar su cuerpo predispuesto al
acontecer teatral. Debo contarles, a modo de guiño de ojo y confesión también, que estuvo
jugando previo a entrar a la sala de teatro por segunda vez en su vida. Y en este caso la hermosa
sala de FRESCA VIRUTA, con un espacio poético acorde a las necesidades humanas, teatrales y de
la niñez.
Bautista se dejó llevar muy atentamente por la obra, en cada elemento que tomaba una
forma y otra, abría y abría universos y mundos y Bautista “expectaba”: el relato, los colores, la
música, las acciones, el sentir...
Miraba con sorpresa la luna sobre aquel cielo esa noche que las 3 generaciones dormían en
el campo…. Miraba las piedritas, los cangrejos y los peces que fue donde por primera vez, dijo:
“pez chiquito”, mientras éstos eran vistos en una ficción teatral frente a nosotros mientras la
acción transcurría hacia la derecha del espectador entre abuela y nieta. Es que ese universo del
cual le estaban hablando él lo conoce, claro está, con otros matices pero fue puesto allí para
hacerlo sentir con el cuerpo. Volví la mirada sobre él y en un momento necesito taparse la boca,
frente a la sorpresa de todo lo que estaba sucediendo. Sonreía y sonreía y por momentos también
miraba a sus otros compañeros espectadores, con quienes seguramente descubría que compartía
ese momento, ese encuentro y a veces frente a la participación de los otros, él volvía la mirada
sobre mí y yo también sonreía, le sonreía. Éramos una sinfonía de vínculos e s p e c t a c u l a r e s:
la obra, los espectadores y las miradas.
Al taparse la boca frente a una situación que no recuerdo, la acción, me remitió a lo mismo
que le paso en su primera expectación hace menos de un mes atrás, donde su cuerpo retrocedía
pero su rostro no temía… la reacción corporal tomaba relieve sin ser los miedos u otras ansiedades
las que lo movilicen, sino el arte escénico con ese mundo que propone.
Finalmente aplaudía contento. Sus padres vinieron por él y no podíamos llevarlo a casa
porque quería seguir jugando en una de las salas y también lo siguió haciendo cuando llego a su
casa. No paro de jugar y ciertamente de recrear las situaciones que se fueron tejiendo en ABUELA
ELCIRA con todas las posibilidades y construcción que esto significa, lo que había visto en escena.
Se sumó un vecino y seguían jugando. Jugar y crear, crear y jugar y jugar y jugar…. Porque cuando
jugamos existimos.
Gracias ABUELA ELCIRA! Por esos pasajes tan tiernos, musicales, tan ricos en lo humano de
ese vínculo que muchos conocemos y hemos disfrutado. Yo también me emocioné recordando a
mi abuela Lidia y su amor al “vuelo”, por construir con nosotros los espectadores, una
conspiración para un tipo de existencia con cada una de nuestras abuelas.
Natalia Soliani
Lic. en Psicología. Estudiante de la Lic. en Teatro, UNC. Miembro de Gulubú: Espacio de reflexión y experimentación de teatro para niñas, niños y adolescentes.